| La cara limpia de una ciudad | Mucha gente desea vivir en grandes urbes, pues espera encontrar mayor calidad de vida dada por una mejor oferta de viviendas, mejor servicio de transporte, calidad de educación, mejor servicio de salud, oferta de empleo y un sinfín de teóricas ventajas.
Así empiezan a poblarse los centros urbanos que requieren de sus dirigentes la aplicación de un eficiente programa de políticas públicas y el compromiso de las diferentes corrientes para llevar a cabo estos programas a lo largo del tiempo, cosa por demás difícil en los países en vías de desarrollo, donde, por lo general, las políticas públicas no responden a las necesidades de la población y no se aplican a grandes proyectos de servicio a los ciudadanos. Estos últimos no exigen a su dirigencia y los políticos no sienten el compromiso con los votantes que los han electo, lo que genera una anarquía peligrosa, pues el sueño de vivir en una ciudad con todas las comodidades se convierte casi en una pesadilla.
El efecto de este fenómeno se puede atenuar cuando se apliquen programas de mantenimiento en los cuales todos los ciudadanos tenemos algo que aportar.
Algunas ciudades de Europa podrían servir de ejemplo de cómo mantener estructuras con centenares de años en perfecto estado; calles, avenidas y autopistas sin huecos y bien señalizadas; un eficiente sistema de correos; mercados en zonas adecuadas; jardines mantenidos; escuelas y hospitales abundantes, pulcros y bien dotados; parques empresariales e industriales en la periferia de las ciudades; control de la contaminación de las aguas, del aire y del ruido, y campañas publicitarias destinadas a educar a los ciudadanos para dar un mejor uso de los bienes públicos por los ciudadanos.
Si empezáramos a atender estos temas en algún grado, tendríamos nuestras ciudades con la cara limpia y seguramente viviríamos en un ambiente más humano. Es lo que comúnmente se llama mejor calidad de vida.
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