| Todos queremos ser clase media | Lo dijo con toda sinceridad. Es más, creo que hasta se lo escuché decir alguna vez al jefe del Ejecutivo. Antes de que las frases sencillas del marxismo de cuadernillo secuestraran al discurso oficial, cierta empatía con el venezolano común solía aparecer en las declaraciones e intenciones de las políticas públicas del gobierno. Me refiero a que el Gobierno y el pueblo eran clase media y por eso se entendían. Hoy el pueblo sigue siendo clase media, mientras que el Gobierno se pretende vanguardia proletaria. De allí la lejanía. Veamos.
El progreso, la simple pero difícil mejora en la calidad de vida, sin necesidad de aspirar a un yate, carros lujosos, apartamentos y cuantiosas cuentas, forma parte de las aspiraciones de los venezolanos. Vivir tranquilos, darnos algún gusto y, como dicen las doñas, por sobre todas las cosas mucha salud; eso es lo que deseamos, más aún en un país donde curarse es más difícil que no enfermarse.
Entre nosotros no tener preocupaciones materiales, estar un poco mejor a como se está, que los muchachos vayan a la escuela limpios y dignos, tener que comer y que ofrecer en la nevera, amén de los coroticos arreglados en una casa propia y que brinde un mínimo de seguridad ante la delincuencia y la naturaleza, podría considerarse como un buen resumen de las cosas con las que nos conformamos.
Esta aparente sencillez puede que esconda un importante hedonismo que se satisface desde la compra de un producto de cuidado personal en Farmatodo, pasando por montarle un equipo bien ruidoso al carro, cambiar de celular cada año apuntando al deseado blackberry, hasta aspirar que nuestros hijos se gradúen y tengan un trabajo y un porvenir mejor.
Nuestra idea de progreso y ascenso, ajustado a lo que razonablemente alcanza la mirada según el punto de partida de cada quien, es un consenso sobre el cual descansan muchas de nuestras creencias sociopolíticas. El ajuste de las expectativas de ascenso podría confundirse con ascetismo o conformismo, cuando no fatalismo. Sólo en las zonas más deprimidas del país ello pudiera ser cierto, pero para el resto del país con más proporción de población urbana del continente, el progreso es un deseo moderado, razonable, pero común.
Por lo anterior, cualquier intento que sugiera algo así como pretender volver al campo y la ruralidad, detener el progreso, conformarse con lo que se tiene, o pasar a un modo de propiedad comunal de la tierra o de la vivienda, no será sino un intento fallido que se estrellará contra la conciencia clase media que tiene el venezolano.
Llegamos entonces al meollo del asunto. ¿Qué es ser clase media? Existe una definición estadística, basada en los bienes materiales, que pudiera contabilizarse como se hace para con la pobreza o para ordenar las listas de Forbes y sus 100 más ricos. Tal medición me parece irrelevante para la medición de la clase media en Latinoamérica, en general, y Venezuela en particular. Todos los estudios de posicionamiento subjetivo de estrato o clase social muestran que a las personas les gusta autodefinirse de clase media. Algunos le meten el apellido. "Clase media alta", pero media, cuando no "clase media baja", pero, otra vez, media.
Más allá del igualitarismo criollo o cualquier otra hipótesis alternativa, me inclino por sustentar la idea de que la clase media es más una forma de posicionarse en el futuro que de contabilizarse en el presente. Ser clase media es creer que se puede vivir mejor a como se vive hoy, siendo esa realidad aún más cierta para los hijos, aunque también para nosotros, pero con más modestia.
Así las cosas, la clase media, vista como la oportunidad de ascenso social, es el consenso del país frente al tema socioeconómico. Cualquier alternativa política que claramente contradiga este sentimiento de clase media será, airada o sutilmente, rechazada por el promedio del país, según los grados de libertad política que le otorgue depender o no de un gobierno que propone la sobriedad material.
Todos somos clase media, incluido, aunque no lo sepan, los propios funcionarios del gobierno. Al venezolano le encanta diferenciarse materialmente de los demás y mostrar sus logros y ascensos en corotos que puedan ser visibles. Celulares, zapatos, ropa de marca, prendas, adornos y hasta perfumes, son los fetiches de nuestro ser clase media. A lo que tampoco escapan los funcionarios oficiales, a decir por el tamaño, las marcas y variedad de sus relojes, símbolo de nuestra nueva clase media. |
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